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bitácora de un amante de RIBA-ROJA

campo de rosales

MIERCOLES: 13 DE OCTUBRE DE 2004


Este sábado pasado, el NUEVE DE OCTUBRE, fui sobre la una del mediodía a una zona del río situada en las afueras de RIBARROJA, entre RIBARROJA Y VILLAMARCHANTE. Es una parte del río muy agradable donde he ido ya varias veces a relajarme, a meditar e incluso ha hacer algunas posturas de yoga. El rumor del agua del río te absorbe la mente y te la deja en blanco, llenándote de paz, armonía y serenidad. Es un lugar poco concurrido, ideal para estar a solas en contacto con la naturaleza sin interferencias del exterior y alejado del estrés y del bullicio de la sociedad.

Sin embargo cuando fui el sábado había dos coches aparcados allí con gente dentro, así que decidí pasar de largo y desviarme por un caminito asfaltado que había hacia la izquierda. Llegué a una parte donde el camino asfaltado acababa y entraba en un frondoso camino de tierra lleno de cañas, ramas y hierbas, que tenía cierto aire de selva. Aparqué mi moto a un lado y seguí el camino a pie, disfrutando del paisaje, hasta llegar a una explanada donde había dos caminos más, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Decidí coger el camino de la derecha y llegué hasta otra parte del río donde el agua estaba tan cerca que podía tocarla con las manos. La corriente era más tranquila y había más caudal. Estuve un rato allí contemplando el río y dejándome empapar por su calma y su serenidad.

Luego decidí volver hacia atrás y coger el camino de la izquierda. Seguí mi excursión hasta llegar a un rosal lleno de toda clase de rosas de todos los colores: rosas, rojas, blancas, amarillas. Era un espectáculo para la vista y para el olfato. Olí las diferentes fragancias de las rosas. Aquellos olores alimentaban. Nada que ver aquel olor embriagador y el aire puro que se respiraba con los de la zona urbana del pueblo. Hay rincones naturales del pueblo que vale la pena explorar y conocer.

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